dossier wilson bueno

Wilson Bueno nos habrá legado no pocos textos marcantes, innecesario aquí subrayarlos. ¿A quiénes, nos/as? Cuestión abierta. Por de pronto, para algunos/as, que, en la experiencia de la amistad –no exenta, a ratos, de filosas discordancias–, habremos vislumbrado la móvil radicalidad de su escritura. Textos marcantes no sólo o no tanto en contexto curitibano o brasilero o aun latino- y/o ladinoamericano. Textos marcantes abiertos al descontexto o al contexto por venir en cada textura en que sus marcas marafas se entrelacen, confluyan y vuelvan inéditamente a desarmar todo contexto predeterminado. Otra vez: Wilson Bueno nos habrá legado no pocos textos marcantes, innecesario aquí subrayarlos. Allende la necesidad y la innecesidad del caso, con todo (y nada), cómo no hoy subrayarlos, económica y/o dispendiosamente, cómo no saludarlos.

reynaldo jiménez / andrés ajens junio 2010

viernes, 18 de junio de 2010

El piso se mueve

Sobre Mar Paraguayo, de Wilson Bueno, tsé-tsé, 2005, 97 páginas


Dice Kristeva que todo tema ficcional es, por definición, un desafío al significado único. Esta descripción pertenece al dominio del recurso crítico, pero no deja de ser ilustrativa, aunque sea por analogía. Mar paraguayo, de Wilson Bueno (Jaguapitá, Brasil, 1949), en ese paralelo, elabora una escritura que desde el comienzo plantea una impugnación a los sentidos en forma de amalgama, para no utilizar la insustituible fórmula perlongheriana de la “sopa”, lo que provoca al mismo tiempo la idea de estar leyendo un escenario lingüístico que nos acomoda (e incomoda) sin miramientos en la ajenidad. Desde el vamos estamos afuera. Pues, entremos.

Para evaluar la originalidad de este libro habría que decir, en principio, que no expresa ley de composición alguna, que se afirma en la inconveniencia. Y esa inconveniencia se instala desde el vamos en la superficie de la lengua. Pero, ¿es suficiente decir esto? Es decir, ¿alcanza con diagnosticar la parcialidad del mecanismo para referirse a un todo? A ver, Mar paraguayo, ¿qué es?: ¿un cruce de lenguas?, ¿una mixtura de palabras en el soporte limítrofe?, ¿todo eso al mismo tiempo? A mí me parece este libro una fábula amorosa contada desde el passagem haroldiano de un contrabando sin pausas, pero construido tan de prisa, que en el tránsito entre una frontera y otra (del lenguaje, de Estados, de estados del lenguaje) se pierden requechos de mercadería. Después, alguien las fue recogiendo y organizó como libro, y de ahí la sensación de que Mar paraguayo es un libro de libros, una fusión de tradición oral y a la vez un rejunte de dispositivos, que otorgan al lector la certeza que el piso lingüístico al que se enfrenta está en permanente movimiento. Triple medianera.

La importancia de este libro no reside sólo en su fuerte posicionamiento experimental, sino en la fuerza con que el infierno de vocablos de uso común, revitaliza una escritura baja que interesa de lleno en una estructura mayor, en una propuesta que trabaja sobre el sincretismo cuando parece atomizarlo todo. Wilson Bueno fumiga el piso de la lengua para intoxicarnos; nosotros somos los insectos molestos que intentan, por costumbre, desidia, conformismo a veces, organizar la lectura para enderezarla. El texto de Bueno es un ejercicio de descentralización del vistazo, que no se queda en la provocación porque no es su destino enfrentarnos, sino religar la mirada, apuntalarla hacia otra forma de densidad, o de espesor del idioma. Este lenguaje representa en cada caso el trastorno y la transferencia existente entre el modelo ideal y su inversión.

No es reiterativo decir que el libro de Wilson Bueno es ante todo una microscópica teoría del signo. Como se sabe, el signo no designa ni identifica, pero sí muestra. Eso es lo que sucede en Mar paraguayo. Todo en ese libro gravita en saber por qué el signo comprendido de ese modo, es lenguaje. El principal requisito de esa operación consiste en hacerse una concepción poética del lenguaje, y no técnica o científica. La ciencia supone la idea de una diversidad, en las que habría que poner orden captando sus relaciones virtuales.

Pero, por el contrario, en el texto de Wilson Bueno se consideran sólo tres lenguas, como si fueran únicas en el mundo: dos vivas (español y guaraní), y una tercera interviniendo en la primera, inspirando aglutinaciones de la segunda en la primera. Se diría que esa lengua anexada, es decir, el portuñol, hace sus variaciones en el castellano de Mar paraguayo. La lengua inventada (no inventariada) afecta a la actual, que provoca bajo estas condiciones un dialecto todavía por llegar: las tres lenguas son enajenamiento, y así detonan y se reparten. Por otra parte, el guaraní funciona como una auténtica incrustación fonológica, que se desplaza hacia los diminutivos (el perro Brinks, derrapándose en pequeños núcleos tupí, y logrando de cada frase una formación ferroviaria de fonemas), las cacofonías, las onomatopeyas, etc.

Otro punto: los trabajos críticos que rodean la obra. Lo que sucede en la muy cuidada e impecable edición de tsé-tsé, no conforma además una simple reunión de textos acerca del libro de Bueno, sino una convocatoria cubista a través de cuatro miradas conforme un punto: Néstor Perlongher, Reynaldo Jiménez, Andrés Ajens y Adrián Cangi, serán quienes privilegian la búsqueda del autor brasileño, que es la propia research de estos autores devenidos críticos. Rodeando el contorno mismo de ese mar paraguayo, ellos también se vuelven incrustaciones atemporales en la línea de flotación del balneario de Guaratuba, donde acontece la obra, la historia de la marafona, la perversión delictiva en torno a la marginalidad lingüística y sexual que se impone en sucesivos perímetros del habla. En esos cuatros textos hay una topología que prorratea sentido en series heterogéneas; y por esa misma razón, es que existe una política de la lengua que no sólo es devenir sino foco de amotinamiento. Como parte de una puntuación que privilegia los dos puntos, en la medida que eso conforma una puerta abierta hacia diversos sonidos de la frase, el libro de Wilson Bueno no puede pensarse sin un prólogo, un posfacio o un trabajo que acompañe sin glosar el estallido de la lengua. Si un mar en Paraguay es de por sí un verdadero acontecimiento ficcional, no lo será menos cualquier texto paralelo al libro. No hacen falta explicaciones, pero sí trabajos críticos que muestren hasta qué punto un libro de quilates consigue contaminar hasta la mirada más aguda.


mario arteca / la plata

Uma Conversa com Wilson Bueno




Fábula escrita na zona de sombra, na fronteira entre o vivido e o sonhado, a obra de Wilson Bueno é uma vasta mitologia que nos seduz com seus jogos de jogar. Alegoria, caldo tropical que mescla idiomas e culturas, o erudito e o popular, a ficção desse autor insólito configura um barroco mestiço. Porém, como toda grande literatura, transcende a arquitetura verbal, em busca da compreensão da aventura humana. Wilson Bueno, que nasceu em 1949, na cidade de Jaguapitã, no interior do Paraná, publicou, entre outros, os seguintes livros: Bolero’s Bar (1986), Manual de Zoofilia (1991), Mar Paraguayo (1992), Cristal (1995), Jardim Zoológico (1999), Meu Tio Roseno, a Cavalo (2000), Amar-te a ti nem sei se com carícias (2004), Cachorros do céu (2005) e A copista de Kafka (2007), todos de ficção, além dos volumes de poesia: Pequeno Tratado de Brinquedos (1996) e Pincel de Kyoto (2008). O autor editou por oito anos o lendário jornal literário Nicolau, um marco na história do jornalismo cultural brasileiro.



Você nasceu em Jaguapitã, cidade que fica a 50 km de Londrina, no Paraná. As lembranças de sua terra natal, dos relatos ouvidos na infância, estão presentes em seus livros? De que maneira?

Wilson Bueno — Sem dúvida. As histórias inventadas (ou reinventadas...) por tias, avós e sobretudo por minha mãe, uma contadora de história por excelência, estão presentes em minha escritura e, por extensão, em todos os meus livros, mesmo naqueles onde radicalizei dentro de uma proposta estética, digamos assim. Tenho para mim que o imaginário será sempre o resultado feliz desta mescla de vivências e mitologia pessoal. Estamos sempre contando histórias dos outros, ainda que estas sejam histórias profundamente nossas e que só não são dos outros porque as descobrimos primeiro...


A sua prosa de ficção utiliza recursos do texto poético, como os jogos sonoros, imagens de alto impacto e invenções de linguagem, resultando em esmeraldas vivas. Qual é a fronteira entre prosa e poesia?

Bueno — Tudo é a arte da poética, a meu ver. Escrevo assim, sempre escrevi assim. Não sei escrever sem ser íntimo. A prosa retém a poesia e é por ela gerada, num processo que aspira, antes de tudo, a ser livre. Acho que a literatura pode ser o máximo de liberdade que desfrutamos sobre a Terra — e eu quero amar o amor da escrita, o gozo epifânico de sua irradiação. Eu não consigo escrever dividido, amarrado pelo cânone e pela norma. Ora, se aquilo ali é o meu mais exasperado espaço de liberdade, é nele que devo me pôr a vigir. E tudo é a poesia das coisas. Viver já é um ato poético em si, para lembrar Hölderlin. E, dos atos poéticos, o que, convenhamos, requer de nós mais coragem, bravura, heroísmo – chame do que se quiser chamar ao desassombro. Indispensável para que sobrevivamos à perplexidade de nos flagrarmos vivos.


Em várias de suas novelas, há citações da língua e do imaginário guarani, não raro mesclados ou transfigurados por sua própria criação fabulatória. Quando começou o seu interesse pelas culturas dos índios? Você é um estudioso do folclore das nações indígenas?

Bueno — Não, não me considero um expert indigenista, digamos assim. Minha curiosidade com relação ao tema às vezes penso que seja anterior a mim mesmo... Nasci no sertão, aquele tempo, — e nem faz tanto tempo assim —, que o Paraná tinha sertão — a floresta virgem, a fauna nativa quase intocada. Sou bisneto de índia guarani com alemão. Imagina a mistura... Minha bisavó, (mãe de minha avó materna, esta uma bugra de olhos azuis e que comia com as mãos), foi caçada a laço no interior paulista por um germano de fuzilantes olhos azuis. Faço uma pequena homenagem a este meu bisavô em Tio Roseno e claro, bem mais evidente, à minha bisavó índia. A coisa índia está em mim quase como uma segunda pele, sou um bugre angustiado, perplexo olhando as árvores da rua, os automóveis, o trânsito vertiginoso.


Como é o seu processo criativo? Você escreve todos os dias? Elabora o enredo antes de escrever, ou desenvolve a narrativa durante o ato da escritura? Como surgem os personagens? A linguagem molda a elaboração fabulatória, ou as palavras seguem o ritmo da história?

Bueno — Curioso, penso que não escrevo nunca... Estou o tempo inteiro me culpando e me cobrando, mas estou ali escrevendo, escrevendo, escrevendo... São caderninhos, cadernões, agendas, folhas soltas, guardanapos.... E quando não estou literalmente grafando estou pensando no que grafar, como grafar, de que modo grafar. E entre uma coisa e outra estou sempre numa festa constante com as poucas pessoas que me são íntimas, esquecido de que exista a Literatura, e me culpando de que não esteja escrevendo... Sou um preguiçoso olímpico, desses que mourejam noite e dia... Mas acho que é porque encontrei um modo mais leve de exercer o ofício — vou escrevendo sem grandes pretensões a não ser a de fazer coisas que me dêem a satisfação plena de que eu esteja, quem sabe, capturando o improvável...


Jorge Luis Borges disse certa vez que a literatura vem da literatura, do infinito oceano da linguagem. Você concorda com a sentença do viejo brujo? Em teu caso, quais os livros e autores que marcaram a tua formação como escritor?

Bueno — Concordo em gênero, número e grau com Borges para quem a literatura só tinha sentido se embrujada. E era ele quem nos indicava que abandonássemos, até mesmo de vez, em definitivo, os livros que não nos fossem prazerosos, isto é, encantados. São muitas as influências mais que acachapantes em minha vida, até aqui, porque sigo me apaixonando perdidamente por novos velhíssimos escritores (Ovídio, nos últimos meses...). E entre elas, eu citarei, assim a esmo, sem nenhuma ordem, Clarice Lispector, Guimarães Rosa, Kafka, Machado de Assis, Borges, Joyce, Cortázar, Cortázar e Cortázar e Hemingway, Gide, Shakespeare, e Calvino e Calvino e Calvino, nosso mestre. Além de toda a “mala”, pérfida e assombrosa literatura argentina – de Madariaga a Lamborghini, de Cesar Aira a Néstor Perlongher. E os contemporâneos brasileiros — Noll, Bernardo Carvalho, Nassar, Hatoum — príncipes da prosa brasileira...


Meu Tio Roseno a Cavalo, que você acaba de publicar, é uma novela ambientada na região fronteiriça entre Paraná, Mato Grosso do Sul e Paraguai, onde ocorreram lutas entre tropas de jagunços, que você chama de Guerra do Paranavaí. Fale um pouco sobre essa obra.

Bueno — Acho sempre limitador falar de um livro que já está escrito, e publicado. Tudo o que pretendi dizer já está lá, já está dito. Tudo o que eu lhe disser agora será redundância, variações sobre o mesmo tema. Também o que pretendi dizer se eu não alcancei dizê-lo, debite à dificuldade então do livro “comunicar” o pretendido. O que posso dizer sobre Tio Roseno, e talvez isto acrescente alguma coisa é que, de todos os meus livros, foi o mais pensado, o mais projetado. Até mapas eu tracei para demarcar o périplo de nosso tio humilde do sopé da Amambaí às barrancas do Paranapanema. E talvez dizer ainda, também, que com ele expressei o desejo de ir à raiz molecular da narrativa que é a fábula. É um livro claro, fácil, límpido. Qualquer colegial há de lhe decifrar a tessitura, ainda que ele guarde chaves, “ciladas”, “citações” que só os leitores obsessivos consigam alcançar. Pus de um tudo ali — de mitologia grega a ponto de candomblé, de modinha caipira a adivinha cabocla, de Verlaine a Baudelaire, todos os Bilacs e toda “la mala literatura” que pude pôr, esta na qual os argentinos, nossos vizinhos, são prodigiosos...


Em Mar Paraguayo, você mescla os idiomas português, espanhol e guarani numa escritura paródica, polifônica, de um barroco mestiço. A confluência de universos lingüísticos é metáfora da feijoada cultural brasileira, que assimilou os mais diferentes temperos? É também um sinal de aproximação com o mundo hispano-americano?

Bueno — É bem isso. Digamos que o Mar intenta espelhar a democracia e a proliferação das linguagens. Uma contestação em si aos rigores clássicos, às camisas de força de um fazer literário que se impõe a nós, desde muito antes de nós mesmos. Com o Mar eu pretendi romper com tudo isto — inclusive com a angústia da influência, misturando tudo numa mesma e assumida “sopa” literária, Joyce e Puig, José de Alencar e Machado, Neruda e Octávio Paz. É, penso, uma declaração de amor à literatura, ao gosto de fazê-la. Aliás, acho, e somos sempre os piores juízes de nós mesmos, que todos os meus livros, antes de tudo, expressam ou procuram expressar isto – a alegria (que não dispensa a angústia...) de fazer literatura, de escavar a bruta pedra atrás da joia mais preciosa.


Esta novela é um monólogo que mistura elementos eruditos e populares, como a canção de cabaré, o melodrama e o fluxo de consciência joyceano. A fusão é uma tentativa de superar, dentro dos limites do discurso textual, os limites entre os repertórios culturais?

Bueno - Creio que sim. A resposta à pergunta anterior penso que já é uma tentativa de dar conta da questão. A multiplicidade de discursos e de repertórios no Mar é, a meu ver, o exercício pleno desta “democracia” de que falei te respondendo à outra pergunta, mas que vale, sim, ser repetido. É a vivência do diverso no seio mesmo da diversidade, a errância (lato sensu e metaforicamente), a indeterminação geográfica (expressa até mesmo no título... O Paraguai, sabemos, não tem mar... O “mar” do Paraguai é o balneário de Guaratuba, no Paraná, onde se passa a história... História?...), a ambiguidade, o mix contaminante e contaminador das línguas e também a sua prosa-em-abismo é que fazem do Mar, de todos os meus livros, seguramente o mais amado e estudado. E estilhaça, sim, com as molduras – se não erro ao exercer a vaidade de falar de mim mesmo...


O que representa Cristal, dentro do conjunto de tua obra? Fale um pouco a respeito deste livro.

Bueno — Curioso, o livro Cristal tem escassa fortuna crítica. Entre as poucas reflexões, que eu me lembre, há uma, consagradora e muito lúcida do Jairo Arco e Flecha, e uma outra, brilhante, de Jamil Snege, mas é só. É, contudo, acredite, um livro que circula, por exemplo, entre a comunidade hispânica de Nova Iorque, em cópias xerox destrambelhadas... Aquela gente toda tentando vencer o cipoal de nossa língua para entender a história da Velha e de seu “anjo”, Ananias, travestido de menina por cinco anos jesus infindos, em razão de uma promessa religiosa...É um livro triste, eu diria. Um livro profundamente triste e quase desesperado. Nem o patético o salva posto que não gera aquela comicidade irrefreável que o dramalhão provoca, por exemplo, no Mar. Neste sentido é um livro que curiosamente bate de frente com Mar Paraguayo. Não tem dramalhão, só tem “drama” e ao se circunscrever ao “drama” ganha em “classe”, digamos, mas perde fragorosamente em humor. Mas eu amo muito Cristal, é um livro pelo qual eu tenho uma enorme afeição, mas não escreveria jamais algo parecido, embora goste muito daquele clima faulkeriano que, acho, consegui passar ao relato. Ou que tentei, ao menos...


O Manual de Zoofilia é uma coleção de relatos, ou poemas em prosa, notáveis pela riqueza metafórica, construção melódica e ruptura sintática. Aqui, você criou uma teratologia onde os animais são figuras de um discurso sobre a paixão erótica. Como surgiu essa obra?

Bueno — Eu sempre desejei fundir, num mesmo espaço de reflexão, a “grafia” animal e a paixão erótica humana. Em Manual de Zoofilia fica evidente o quanto de irracionalidade comporta nosso discurso amoroso. E para dar viva voz à esta i-racionalidade fui buscar nos bichos encantos e sordidezas, grandezas e patifarias para transubstanciá-los, usemos este verbo pedante, a partir do tesão, da cópula, da paixão viciosa e viciada em que, humanos, nos amamos, muitas vezes, do mais escuro ódio.


Em Jardim Zoológico, você faz um outro bestiário reunindo narrativas de criaturas imaginárias, à maneira de fábulas. Aliás, na epígrafe, Augusto Monterroso diz que os escritores devem "retomar, cada qual na medida de seu talento, a inventiva tarefa que começou com Esopo". Qual é o sentido de escrever fábulas, nos dias de hoje?

Bueno — Fabular é ir além da história, da história com H, demarcada e demarcante, ciosa de suas datas, espacialidades, factual e militante. É na fábula que a epifania literária se consome e se completa. Fabulosos e fabulantes — de Shakespeare (Sonho de Uma Noite de Verão) a Ítalo Calvino (O Barão nas Árvores), para citar aí as fábulas de minha mais estreita paixão, a fábula dá a medida embrujada da literatura. Há uma inocência primeira na fábula e junto com ela o encanto original da velha ars literaria...


Em Os Chuvosos, você criou um divertido texto voltado às crianças. Você pretende se dedicar mais à literatura infantil?

Bueno — Não pensei direito nisto ainda... Eu diria que Os Chuvosos se destina, ao menos este é o meu desejo, a leitores dos 0 aos 100. E tem sido esta a recepção dos escassérrimos 50 exemplares “fabricados”, um a um, à mão, como se fossem gravuras. Gente de todas as idades fica encantada com este livro. Mas ali tem o toque mágico da Jussara Salazar que reinventa o texto e faz dele no papel uma literal fulgurância.


Mudando um pouco de assunto, você criou e foi o editor do jornal literário Nicolau, que marcou época e ganhou vários prêmios no Brasil e no exterior. Fale um pouco sobre essa experiência.

Bueno — O Nicolau é uma longa, longuíssima história. Eu costumava dizer que eu e minha mínima equipe (Fernando Karl, Joba Tridente, Angelo Zorek) integrávamos o último bastião romântico do jornalismo brasileiro. Fazíamos o jornal à mão e conseguimos reunir em torno deste que foi o último dos moicanos, a viva inteligência brasileira. De Millôr a Haroldo de Campos, de Adélia Prado a Hilda Hilst, Nicolau foi um momento bonito da inteligência brasileira. Como classificou o Jornal do Brasil, numa então memorável matéria de página inteira, aquilo ali era o mais autêntico “carnaval de ideias” de que possuía o País naquele dado momento. Ganhamos todos os prêmios, ousamos, brigamos, polemizamos, esperneamos e de batalha em batalha conseguimos emplacar oito anos de ininterrupta circulação nacional. Dia desses, a demonstração de que a batalha valeu a pena – recebi a visita de um menino de vinte anos, do Rio Grande do Sul, estudante de jornalismo, que estava fazendo uma monografia sobre Nicolau para apresentar em classe. E fiquei muito contente quando ele me disse, com todas as letras, que era da segunda geração que lia o Nicolau — esta que sabia da publicação somente através dos arquivos. Mas a paixão dele pelo jornal não diferia em nada da dos leitores do nosso tempo... Parece que há uma tendência a colocar toda coleção de Nicolau, suas 56 edições, para que seja consultada na Internet... Se não o fizeram ainda, fica aí a dica...


Como está a literatura brasileira, hoje? Há novos autores interessantes?

Bueno — A literatura brasileira sempre foi e será uma literatura muito interessante. Um país que produziu, para ficar em dois nomes, Machado de Assis e Guimarães Rosa, só pode ser dono de uma grande literatura. Há muita gente trabalhando a sério no país, pensando grande, mas há, como sempre, a ratatuia da política literária que em vez de somar, subtrai, torce contra, sem ética nem estética. E aí a ratatuia não tem tempo de fazer literatura e só faz ratoagens...


No Pequeno Tratado de Brinquedos, você reuniu poemas que dialogam com a forma do tanka, o poema japonês de 5 versos, que é a gênese do haicai. Você pensa em publicar outros volumes de poesia?

Bueno — Não. Não tenho a menor intenção de publicar um novo livro de poesia estrito senso. O Pequeno Tratado eu o considero a minha suma e a minha súmula. Desejei homenagear uma das nascentes da poesia — o Oriente, e foi o livro sobre o qual mais longo tempo trabalhei — um ano e meio para arrancar 58 tankas, apenas, de cinco versos cada um. E só Deus sabe com que sacrifício. Tenho ainda, inéditos, mais 25 tankas, num livrinho chamado Pincel de Kyoto, sobras do Pequeno Tratado. Quem sabe, um dia, eu me incline a editá-lo. Mas repito — livro de poesia eu não penso para tão cedo.


O poeta cubano José Kozer, em parceria com Roberto Echavarren e Jacobo Sefamí, editou uma antologia de autores latino-americanos, chamada Medusário, que incluiu escritores brasileiros como você e Haroldo de Campos. Em sua opinião, não está na hora de haver maior intercâmbio entre as literaturas brasileira e latino-americana?

Bueno — A inclusão de 18 páginas de Mar Paraguayo no (rigoroso) Medusário, editado pela Fondo de Cultura Económica, na Cidade do México, e distribuído para todos os países de língua hispânica, foi uma coisa que me honrou muito e que continua me honrando. De brasileiros, além deste vosso escriba, só Paulo Leminski e Haroldo de Campos. O intercâmbio, claro, deveria ser maior, bem maior – de parte a parte. Já foi maior o isolamento, mas aos poucos acho que isto está melhorando, sobretudo depois da Internet e de iniciativas louváveis de reunião de escritores como as empreendidas por Luis Bravo, no Uruguai e, mais recentemente, Jorge Montesinos e Douglas Diegues, em Assunción, no Paraguai, sem deixar de citar Reynaldo Jiménez com aquela brilhante e generosa edição da argentina tsé-tsé dedicada a 30 poetas brasileiros.


(Entrevista publicada em 2000

no Suplemento Literário de Minas Gerais.)



claudio daniel / são paulo

Puêta









(hacer click en la imagen para ampliarla)


federico racca / córdoba

E a nave vai

Para Wilson, com amor


a fabulosa cidade de cotia-cotia, e vos digo fabulosa posto que existe apenas na imaginação das crianças, dos pássaros e dos homens e mulheres de boa vontade, luminosa de seus jequitibás-vermelhos com suas pequenas minúsculas quase mínimas flores perfumosas de um verão passado, ai esses verões cálidos e ardentes de águas de lavanda os rios com seus peixes furtacores e os narcisos espelhados...mas voltando a nossa fabulosa cotia-cotia lá estava ele, o macaco dependurado entre os galhos da frondosa figueira ensaiando sua próxima performance, se não me falha a memória para uma esperada audição no gran cassino acquastar naquela noite. entre um vocalize e outro, copinho e toalha dependurados solfejava um gargarejo de hortelã e gengibre para segundo ele apurar a voz um pouco enrouquecida pelo tempo mas ainda afinadíssima sopraníssima como nos tempos da juventude e em meio ao devaneio das doces quimeras foi interrompido por fraulen rrããs, a fiel camareira que lhe trazia o figurino para logo mais aquela noite. calções brancos que iam até a cintura descendo abaixo das coxas e uma camisa azul da prússia imitando a plumagem azulada e última moda lá pros lados de cotia-cotia. abrilhantavam o modelo uns sapatos carmim aveludados rematados na parte superior por umas fivelas de strass, precioso mimo copiado de uma ópera que passara pela cidade havia uns meses atrás. aprovado solenemente o traje com um meneio o macaco balançando as mãos encerrou este último ensaio já que estava em cima da hora para a tão esperada audição. o público se acotovelava no gran cassino acquastar, reduto das beldades da floresta o point mais freqüentado de cotia-cotia. uma capivara desfilava a última tendência fashion enquanto um grupo de onças reagiam – chic mesmo é a pele natural, ah... essa nunca cai da moda gente! de repente soou o último sinal e as luzes se apagaram quando no palco entre os cipós em meio aos holofotes surgiu a tão esperada atração da noite, o nosso querido macaco. com ares de galã tascou um besame mucho em lá maior enquanto um coro de sapos respondia ao fundo. ao amanhecer foi ovacionado pela multidão que pedia bis bis bis... queridos leitores nunca houve naquela fabulosa cidade um momento tão arrebatador, o nosso macaco solene fazia mesuras e acenava com as mãozinhas peludas para a turba que lhe devolvia o gesto com gritos de aprovação e entusiasmo. quando as cortinas caíram o macaco se sentiu galardoado por esta vida que afinal lhe dera o dom de ser lhe dera o tom e para os que estavam presentes neste sublime coroamento, entusiasmado cantou baixinho alvíssaras para ti, uma antiga canção que aprendera de ouvido, a sua preferida. com lágrimas nos olhos o petit-comitê saudou-o e também ao sol que já se levantava. Inesquecível este nosso macaco.


jussara salazar / curitiba





muqtadā–yi muṭlaq


guía absoluto es el paso

encima de un simio cuando muere

un lemur.


A su arruga en su frente el rumbo es el mismo.


Sin embargo al auriga la hoja en el cuello

es más mar:


ghazal-i ‘āshiqāna-yi ‘ārifāna



román antopolsky / pittsburgh

PALABRAS A WILSON BUENO


En este último año intercambié libros y correos electrónicos con Wilson Bueno: cada libro, cada correo recibido, eran parte de una misma presencia luminosa, seria y a la vez risueña: surgían desde el sostén de lo abierto que hurga y busca en continuo aprendizaje hecho de aciertos. Eran módulos de la pugna ígnea, feraz, con el misterio de la escritura: y fuese un libro o fuese un email lo que me llegara, sentía de cerca la fuerza cordial y radical de una escritura propia y distinta, aglutinadora y futura, una escritura configurada con piezas naturalmente organizadas y reorganizadas, desde la propia experiencia (múltiple) (multiplicadora) que fundamentaba la existencia de Wilson Bueno.

El amigo ha muerto, lo han matado. Han muerto al buen amigo Bueno, y ante su muerte, con consternación, con sentido de pérdida y de inutilidad, sólo se puede desear que todos los que lo respetamos y amamos, hagamos el esfuerzo y dediquemos nuestra inteligencia para preservar tan valiosa obra: una obra que está a la altura de lo astral, compartiendo galaxias con otros grandes escritores de Brasil.

No puedo evitar expresar una violencia. El canalla que asesinó a Wilson Bueno se equivocó de cuello. La negra arma blanca que empleó contra Wilson debió emplearla contra quienes en el mundo actual nos ensucian el planeta, nos niegan la alegría del pan compartido, anulan la visión y la poesía: debió haber hundido ese puñal en el cuello de algún político o de algún directivo de multinacional, para luego, a la japonesa, haberse suicidado.


josé kozer / hallandale

Wilson Bueno, cuando entonces


La primera oportunidad que supe de Wilson Bueno fue por la revista Ultimo Reino, donde salió el texto de Néstor Perlongher que prologa a Mar Paraguayo. Me intrigó lo que escribía Perlongher, ya que el énfasis estaba puesto en la escritura y en la percepción de un texto inusual. Ante unas pocas frases como las siguientes, era imposible sustraerse a la curiosidad:

La publicación de Mar Paraguayo de Wilson Bueno nos coloca ante un acontecimiento. Los acontecimientos suelen llegar callados, casi imperceptibles, sólo los avezados los detectan. Pero una vez que se instalan, que toman lugar, es como si ese lugar les hubiese estado destinado desde siempre. Todo parece igual, pero, de una manera sutil, todo ha cambiado.

Por la misma época, salió en Diario de Poesía algún comentario sobre la revista Nicolau que dirigía Wilson en Curitiba. Venía la dirección, detalle feliz que aproveché y le escribí. Al poco tiempo sería 1993recibí un ejemplar de Mar Paraguayo y un número de Nicolau, donde aparecía mi carta.

La segunda ocasión de encuentro, hacia 2005, sería la más cercana y memorable. Las circunstancias las debo las debemos unos cuantosa Reynaldo Jiménez. Una, la aparición, en tsé-tsé, de una hermosa entrevista que le hiciera Douglas Diegues a Wilson y la lectura de poemas que salieron en aquel número. Otra, la reedición de Mar Paraguayo por tsé-tsé y el arribo del mismo Wilson a Buenos Aires. La Estación Alógena y las Fiestas Tseicas fueron el marco ideal donde conocí y escuché leer a Wilson ao vivo.

Pasó el tiempo. En conversaciones con amigos sobre poesía brasileña, el nombre de Wilson era una parada obligatoria. A principios de 2010 comenzamos a reunirnos para leer en voz alta Mar Paraguayo completo. Fueron días de sorpresa y felicidad.

Sorpresa, por lo que deparaba un texto que pedía ser leído en voz alta y que juega con las grafías del español y del portugués en esa mixtura fronteriza del portuñol con incrustaciones del guaraní. La voz de la marafona de Guaratuba, su teatralidad latente, fue una experiencia alucinante. (Inevitablemente, recordaba la tensión de monólogos parecidos: Las manos de Eurídice, de Pedro Bloch, o Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes). La felicidad era compartir esa lectura junto a Marcelo Silva, Andrés Kurfirst, Daniel Durand, Leónce Lupette e Ignacio Osorio.

Y luego esto: una serie de adverbios que no ayudan a comprender, sólo describen: leve indicio en torno de un paréntesis abierto en Jaguapitá en 1949 y cerrado gratuitamente por la codicia de un imbécil en 2010 y en Curitiba: desabridamente, impensadamente, pelotudamente, inútilmente, así, entonces, aún.


ignacio vázquez / buenos aires

SEGUIR SOÑANDO.


Conocí a Wilson Bueno en São Paulo, en el Encuentro de Poetas del Festival Tordesilhas, organizado por Claudio Daniel y Virna Teixeira en 2004. Hablar con él y luego oírlo leer sus poemas –con ese magnífico humor que lo caracterizaba– fue confirmar el admirable talento que ya había descubierto a través de su obra, sobre todo en Mar paraguayo, ese híbrido de idiomas y texturas, de antropofagia lingüística, de espeso neobarroco donde el poeta ganó espacios antes impensables para la poesía latinoamericana.

Porque además de ser uno de los mayores poetas de su generación en Brasil, fue, y es, uno de los mayores de América Latina: una referencia insoslayable, una influencia saludable, un ejemplo de cómo la creación poética carece de límites.

El mejor homenaje que podemos brindarle hoy a Wilson Bueno, es leerlo.

Leerlo con esa erótica alegría, con esa irreverencia admirativa que él tenía por la(s) lengua(s), por esa locura que imponía en los vocablos, en las palabras: ”la palabra ilusão –como dice en Mar paraguayo– artificio que cultivamos también para que uno no deje así subitamente de sonhar”.

Wilson Bueno ha dejado súbitamente de soñar, por causa de un violento, por causa de la violencia intrínseca del ser humano, por causas que se contraponen a las causas de la poesía.

Sin embargo, nosotros, los que continuamos en este cauce kármico y en estas causas poéticas, tenemos la obligación y el compromiso moral de seguir cultivando la palabra ilusión y de –como lo hizo en vida Wilson Bueno– seguir soñando.


víctor sosa / ciudad de méxico