Wilson Bueno, cuando entonces
La primera oportunidad que supe de Wilson Bueno fue por la revista Ultimo Reino, donde salió el texto de Néstor Perlongher que prologa a Mar Paraguayo. Me intrigó lo que escribía Perlongher, ya que el énfasis estaba puesto en la escritura y en la percepción de un texto inusual. Ante unas pocas frases como las siguientes, era imposible sustraerse a la curiosidad:
La publicación de Mar Paraguayo de Wilson Bueno nos coloca ante un acontecimiento. Los acontecimientos suelen llegar callados, casi imperceptibles, sólo los avezados los detectan. Pero una vez que se instalan, que toman lugar, es como si ese lugar les hubiese estado destinado desde siempre. Todo parece igual, pero, de una manera sutil, todo ha cambiado.
Por la misma época, salió en Diario de Poesía algún comentario sobre la revista Nicolau que dirigía Wilson en Curitiba. Venía la dirección, detalle feliz que aproveché y le escribí. Al poco tiempo –sería 1993– recibí un ejemplar de Mar Paraguayo y un número de Nicolau, donde aparecía mi carta.
La segunda ocasión de encuentro, hacia 2005, sería la más cercana y memorable. Las circunstancias las debo –las debemos unos cuantos– a Reynaldo Jiménez. Una, la aparición, en tsé-tsé, de una hermosa entrevista que le hiciera Douglas Diegues a Wilson y la lectura de poemas que salieron en aquel número. Otra, la reedición de Mar Paraguayo por tsé-tsé y el arribo del mismo Wilson a Buenos Aires.
Pasó el tiempo. En conversaciones con amigos sobre poesía brasileña, el nombre de Wilson era una parada obligatoria. A principios de 2010 comenzamos a reunirnos para leer en voz alta Mar Paraguayo completo. Fueron días de sorpresa y felicidad.
Sorpresa, por lo que deparaba un texto que pedía ser leído en voz alta y que juega con las grafías del español y del portugués en esa mixtura fronteriza del portuñol con incrustaciones del guaraní. La voz de la marafona de Guaratuba, su teatralidad latente, fue una experiencia alucinante. (Inevitablemente, recordaba la tensión de monólogos parecidos: Las manos de Eurídice, de Pedro Bloch, o Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes). La felicidad era compartir esa lectura junto a Marcelo Silva, Andrés Kurfirst, Daniel Durand, Leónce Lupette e Ignacio Osorio.
Y luego esto: una serie de adverbios que no ayudan a comprender, sólo describen: leve indicio en torno de un paréntesis abierto en Jaguapitá en 1949 y cerrado –gratuitamente por la codicia de un imbécil– en 2010 y en Curitiba: desabridamente, impensadamente, pelotudamente, inútilmente, así, entonces, aún.
ignacio vázquez / buenos aires
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